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jueves, 21 de agosto de 2014

EL ARTISTA

 (The Artist, Francia-Bélgica/2011) /Dirección y Guión: Michel Hazanavicius 


Hollywood, 1927. George Valentín es el artista más famoso del cine mudo. Exultante, enamorado de sí mismo, se lo ve disfrutar de su estrellato, feliz, a tal punto, que no parece importarle tener a su lado a una mujer que ama más al dinero y a la posición que le ofrece su marido que a él, ni ayudar a una muchachita que intenta dar sus primeros pasos como extra en el cine.
Tan feliz está con su momento, y su carrera, que no parece advertir que un cambio importante se aproxima: en una escena el director de la cinematográfica lo llama para mostrarle una filmación donde un cuadro  inicial anuncia “prueba de sonido”, y se ve y se escucha a una actriz cantando, anticipando así la llegada del cine sonoro. Momento de quiebre para el protagonista, que muestra angustia más que sorpresa la que será seguida de risas y actitudes de descreimiento hacia el cambio que se avecina. Angustia que se plasmará por la noche en un sueño: está en su camarín apoya un vaso sobre la mesa y este produce un sonido, se sorprende. Luego deja caer otros objetos, escucha el sonido que provocan, escucha el ladrido de su perro, el teléfono que suena, pero habla y no puede escuchar su voz. Comienza a desesperarse, habla frente al espejo y su voz no se escucha, sale corriendo, escucha las risas de un grupo de bailarinas, ve una hoja que cae y provoca un estruendo. Se despierta sobresaltado.
A partir de aquí comienza su caída. El rechazo por el cine sonoro lo lleva a invertir todos sus recursos en la producción de una película muda que lo tendrá por protagonista. En la última escena de este film se ve como su personaje es tragado por arenas movedizas hasta desaparecer. De la misma forma, él es tragado por la modernidad, por su rechazo al cambio, porque en el intento de sostener el cine mudo, lo pierde todo.
Esto nos lleva a poder situar una secuencia en la película, una serie de escenas donde el lugar de la voz comanda el discurso silencioso. Su posición frente al gran público, ese que espera de él, es la de hacerse ver con todo su arte, pero no precisamente la de hacerse oír. Sustraer su voz, no responder a la demanda de la industria del cine, a través de un supuesto que lo sostiene: “soy un fracasado, nadie quiere verme hablar”, camino que, efectivamente,  lo lleva a perderlo todo hasta convertirse en deshecho, resto de un sistema que pide “carne fresca” y “juguetes” para su diversión. George Valentín, no quiere ser una marioneta, él es ¡un artista!, pero termina siendo más lo primero que lo segundo, con su cabeza poblada por las voces, las risas que seguramente supuso escucharía, cuando el público,  escuchara su voz. Su propia risa cuando presenció la prueba de sonido, las risas de esas mujeres en el sueño, las mismas risas que escucha cuando, luego de ver el cuadro que muestra lo que fue, aquel que comprara la mujer que lo aloja para ayudarlo, huye a la calle sin saber dónde ir. Voces que lo aturden, que intenta callar con un arma en su garganta.
Para Valentín la voz orada la imagen, la atraviesa, la desarma. Así, que el público lo VEA hablar (¿no se trata entonces del sonido?), lo enfrenta con una grieta, con un agujero que no puede bordear, que lo invita a caer en él, que, como las arenas movedizas, se lo traga. Hay un velo que cae, y lo deja expuesto como objeto. Sustraer su voz sería el intento fallido de sostener el semblante construido a partir de los otros. George sabe cómo atraer la mirada, ejemplo de esto es el consejo que le da a la incipiente estrella, Peppy Miller: “para ser diferente tienes que tener algo que las otras no tengan” y dibuja un lunar en su rostro, que será un rasgo característico de la actriz.
George Valentín sabe hacer con la mirada, pero ¿Qué pasa con su voz? No solo se trata de las películas, en su casa, con su mujer, tampoco habla, se expresa como lo hace en el cine, con morisquetas, pero no pone su voz.
¿Por qué se empecina en sostener el cine mudo de esa manera? ¿Por qué se sacrifica en ese intento? ¿Narcisismo? ¿Tozudez? ¿O hay algo más profundo que nos enseña el protagonista?.
¿A qué silencio no puede enfrentarse George Valentín?
Hay momentos en los que nos enfrentamos a situaciones que nos paralizan sin poder reaccionar frente a las mismas, sin saber de qué se trata. Son momentos de quiebre, donde no hay lugar a la palabra, donde el discurso se rompe, surge el vacío, el silencio. Momento de desubjetivación, dejamos de ser sujetos de un discurso. No sabemos que provocó en Valentín el encuentro con la voz, pero si sabemos que él desoyó todas las señales. La angustia, el sueño, algo le estaban diciendo, pero él prefirió no preguntar ni indagar en lo que le pasaba. Solo reaccionó y esa reacción lo llevó a perderlo todo.
Podemos ubicar en la película un momento de desubjetivación, cuando es convocado a ver la prueba de sonido, donde se observa en el protagonista un inmediato gesto de incertidumbre, descreimiento, que inmediatamente es tapado por la risa y la negación, rechazo de lo visto, y oído, que anula todo intento de elaboración. Momento que desata la angustia, angustia que se plasma en un sueño pero que no hace pregunta, sino que es obturada al enarbolar la bandera de su mudez.
Será a través del amor de una mujer, de su decisión de amarlo, que logrará reconstruir su lugar frente a los otros, para mostrarse otra vez en escena,  incluyendo esta vez el sonido, a través de la danza, con su cuerpo y sus zapatos, inaugurando así la llegada al cine de los grandes musicales.
De una primera escena donde un cuadro dice: “¡no hablare! ¡No diré una palabra!” llegamos a la última donde por única vez se escuchará la voz del protagonista para finalmente decir: “es un placer”.